viernes, 28 de noviembre de 2008

La niña sabiondilla responde:



- Guarda bajo sus sábanas sus dos cajitas cerradas,

barquitas talladas del arroyo de agua cárdena.

Duermen entre sus manos las esperanzas.

 

Silban en sus oídos los silfos del invierno,

rompen la cáscara de la máscara del averno.

La más cara esencia de los vientos.

 

Anda bajo la nieve de un cielo vespertino

y se encuentra con su imagen en un espejo opalino,

gastada su mirada de tanto jugar con el destino.

 

Grita a las nubes que se desmoronan deshechas

y en su mundo todo cae encima de su cabeza.

Y justo en ese momento encuentra sus dos cajitas abiertas.

 

Y lo comprende todo.

 

Y se vuelca su interior en la mañana

y se rompe un deseo y una joya de alma clara

y nace la incertidumbre y la responsabilidad señala

el camino del día a día de quien por su vida se afana.



- Pero, abuelita, si lo que dice tu adivinanza es así, ¿cómo explicas esto?

- ¡Niña, tira eso! ¡Te tengo dicho que no debes recoger todo lo que te encuentras por ahí!

- Joooooooo abuelitaaaaaaa... bueeeeeno. ¡Adiós, amiguito!


- ¡Ñgahklñrsñ!

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La alcahueta de los enigmas dice:



"Dos cajitas de piripipón.
Se abren, se cierran
y no tienen son".

viernes, 7 de noviembre de 2008

La niña sabiondilla responde:


- ¡Abuela! ¡Abuela, abuelita! ¡Ya tengo la respuesta a tu pregunta! Por la noche, unas hadas me la susurraron al oído.

- ¿Ah sí? Y, ¿cuál es, pues, la respuesta?

- Escucha:






"e"

Deseé el presente.
Entré en el germen
de querer crecer
vehementemente,
de leer el temer
del que el demente teme,
de ser decente.

Perder el frente
depende
del referente de fe.

Defender el que pretende
querer ser
es vencerse.
Es crecer,
es crecerse.
Es estremecerse.

"¡Enterré el presente!"
En ese trece
que rece
el que precede el deber,
el que debe perecer,
el que en el querer tener
pertenece.

Desespere el que desee tenerme,
el que reprende,
el que se reste querer,
el que teme perder,
el jefe de este envejecer.

Vence el que mece el querer,
perece el que se cree vencer.

Ese seré.
Tendré,
desde este mes,
tres deberes:

Vencer el temer.
Ver.
Verme en Él.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La alcahueta de los enigmas dice:


"En medio del cielo estoy
sin ser lucero ni estrella,
sin ser sol ni luna bella.
A ver si aciertas quién soy."










Celia Rivera Gutiérrez
http://rosadeojostiernos.blogspot.com

Amen... quien serás
si en medio de los cielos estas
sin ser lucero ni estrella
ni sol ni luna bella
quizá seas una sirena
que la nave celeste deja
sin albergue en las estelas
a ver a quien atrapas
siendo a veces oscura
y a veces llena de luz bella
o quizá seas mi bendita tierra
donde mis pies se posan en ella
para admirar lo que no eres
observando el sol y la luna bella.



Neverknowsbest

Por ser, no soy ni el aire que respiro,
ni las luciérnagas que veo
cuando te deseo y creo
que giras conmigo si sobre mí giro.
Por ser no soy ni un sátiro,
ni la añoranza de un amigo,
ni el ingrediente azul zafiro
del que están hechos los suspiros.
Por ser no soy ni lo que admiro,
ni sueño, ni quiero, ni lucho, ni prohibo.

Sólo soy lo que con mi forma describo,
sólo lo que la musa susurra y el arte labra.
Sólo soy la palabra, ¿qué digo la palabra?
Soy la letra que en medio del cielo escribo.



Celia Rivera Gutiérrez

Mira lo que hiciste


Al no ser lucero ni estrella
Ni sol ni luna bella
Y estar en el centro del cielo

Hiciste surgir al poeta
Inspirado en tu centro
Pensando que gira contigo
Cuando tu giras

Te resguarda…ci…
Te conduce… lo…
Llevándote de la mono
Para formar lo que sois

Eres su musa celeste
Que su alma impregno
Llenando de colorido
El pulso de Neverknowsbest
Sacando en él al poeta
Que bella poesía escribió

Por algo unes el cielo
Letra e incógnita de ilusión




Azpeitia

Mañana serás estrella,
pasado quizás cometa,
después de andar en la tierra
serás lo que tu mismo quieras.
Poeta de canto limpio,
poeta de tono agreste,
ditirambo en una esquina,
todo lo serás, todo, todo..
menos que pasen sin verte.

martes, 4 de noviembre de 2008

Yuuga


Llegó a los jardines del exterior del palacio y comenzó a ver gente entrar y salir de él, algunos en carrozas tiradas por bueyes o carretillas llenas de bienes de comercio. Le pareció que el lugar estaba mucho más ajetreado de lo que desde lejos aparentaba. Había un patio interior justo al atravesar el portón de la entrada y la mirada de los gigantes que la guardaban. De todas las partes de la ciudad, la gente había llegado para vender enseres y vituallas a los monjes que vivían dentro de palacio, que iban de aquí para allá charlando con los vendedores y comprando fruta, ropa, pergaminos y otras cosas.

Yuuga pidió ayuda para su hombro a uno de los monjes, el cual lo llevó a través de varias habitaciones hasta que llegaron a una sala con una gran escalera de espiral. El monje presionó con su dedo el hombro de Yuuga y señaló a lo alto de la escalera. Yuuga subió y encontró una puerta al final, tocó y entró.

- ¡Entra, entra! -se escuchó desde detrás de la puerta. Yuuga empujó la pesada puerta de madera y hierro oxidado. Al otro lado, unos ojos negros se clavaron en él desde el polvo de n escritorio lleno de planos y cartografías. Le miraron durante una fracción de segundo y luego volvieron a sus quehaceres topográficos.

- ¡Oh, un extranjero! -exclamó una vocecilla chillona y rasgada desde el otro lado de la sala detrás de una especie de laboratorio lleno de matraces, tubos de ensayo y líquidos varios.


- Dígame, si se puede saber, ¿qué motivos le han llevado a situarse a estas alturas del edificio? Siendo un foráneo, dudaría que ha tenido la sagacidad pertinente como para atravesar el mosaico de intrincados pasillos y llegar de primera mano a esta cámara sin ayuda de nadie.

Yuuga se quedó pensando unos segundos, intentando descifrar las palabras que el viejo le había incrustado a propósito en su vulnerabilidad frente a la elocuencia desmesurada. Al ver que Yuuga seguía estancado en la verborrea, la cartógrafa, aún con los ojos en los planos y sin hacer mucho caso de lo que ocurría, le preguntó:

- Perdona, forastero, ¿qué buscas exactamente?
- Verá, me caí y no me gusta como ha quedado mi hombro. Pedí ayuda y me dijeron que subiera hasta aquí.
- Espero no importunarle con el tono utilizado, pero mi tiempo es valioso como el éter. No estoy dispuesto a esmerarme con oficios que no son de mi incumbencia ni agrado, de forma altruista ni para nadie que no es capaz de conectar las formas verbales más básicas con morfemas que distan muy poco de estar dirigidos a personas con capacidades mentales sosegadas.
- ¡Vamos! Te costaría bastante poco echarle una mano.
- Reitero mi directa negativa. Escasea mi predisposición a tratar con mentes tan austeras.
- En fin -la cartógrafa se acercó a Yuuga y le cogió del brazo bueno-, ven por aquí, forastero.

El viejo se quedó mirando con el ceño fruncido y mordiéndose el labio superior mientras los dos se iban a una puerta lateral. Yuuga, antes de dejar la sala, preguntó:

- ¿Cómo te llamas?
- ¿Tanto te interesa? -contestó la chica mirando de reojo y media sonrisa hacia un Yuuga que asentía-... Miranda.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Yuuga

Capítulo I

Yuuga se despertó sobresaltado y jadeando un hálito que se mezclaba con el sudor de todo su cuerpo. Empezó a recordar cómo cayó en aquella oscura caverna. Se tranquilizó, se hizo a la oscuridad y al poco rato consiguió distinguir un extraño fulgor azulado que provenía de las profundidades de aquel lugar. Estaba sucio y cansado, la caída le había regalado unos moratones muy vistosos que le riñeron en su piel cuando intentó levantarse. Paso a paso, se acercó despacio hacia la luz por un camino angosto, lleno de rocas y barro.

Al final de la extraña luz, Yuuga encontró una piedra incrustada en la pared de la caverna. La piedra centelleaba con su luz azul, delatando la presencia de una extraña figura a su lado. Parecía un gnomo, o al menos eso creía distinguir dentro del atuendo extravagante que llevaba puesto, con unas grandes gafas de muchas lentes y un guante que desde su mano izquierda se conectaba a una mochila que el gnomo llevaba a la espalda.


El gnomo saludó y Yuuga se acercó al lugar desde donde la luz emergía y lo bañaba todo. El gnomo hizo un gesto y Yuuga se paró en seco. De repente, canalizó algo de luz desde la piedra hasta sus manos y con ella escribió varias runas en la arena sobre la que pisaba. Las runas comenzaron a hablar, pero no de forma estridente como los sollozos de un niño pequeño, sino que se oían claras, directamenten en los tímpanos de Yuuga.

Yuuga, al oírlas, contestó:
- ¿Puedes llevarme de vuelta a casa? ¿Cómo puedo fiarme de ti, pequeño duende?

Esperó la respuesta que llegó nuevamente a su cabeza. Contestó:
- No. Aunque seas lo que dices ser, no me fio de ti. No sé quién me habla, si tú o tus trucos, pero pide un precio y lo pagaré, y por tu salud procura llevarme sano y salvo exactamente al sitio al que te diga.
-¿Gratis? Eso no existe hoy en día. Pide un precio y haz las cosas bien, o simplemente déjame.


La respuesta se hizo esperar. El gnomo parecía estar durmiendo o en alguna especie de trance extraño. Yuuga se limitó a pensar que era "subnormal, poco más o menos como todo lo relacionado con los gnomos".
- De acuerdo, si eso es lo que quieres, lo tendrás tan pronto como lo consiga. Y ahora, amigo, llévame a casa.

El gnomo se puso las gafas y empezó a hacer círculos con las manos creando un remolino con la luz que irradiaba la piedra azul. De repente, un destello emanó de sus dedos y el remolino estalló. Donde antes la rugosa roca presenciaba el acto, ahora sólo quedaba una especie de espejo azulado. Yuuga se acercó al espejo y dijo:
- ¡Reza para que llegue a casa, o vendré a por ti, engendro!

Al tocarlo, el espejo absorbió a Yuuga, en cuyo mundo colapsó todo en un segundo.


Yuuga volvió a sentir la caída como la había hecho la noche anterior. La diferencia es que ahora también podía notar cómo las ramas de los árboles le arañaban la piel mientras lo amortiguaban. Por cada arañazo, de su garganta se disparaba una maldición dirigida al gnomo y a toda su prole.

Alcanzó una gruesa rama y se asió de ella con firmeza. La rama crujió con el mismo sonido que su brazo. Dos lágrimas lucharon fieramente por escapar de los ojos de Yuuga, quien silenció un rugido mientras intentaba estabilizarse. Cuando llegó al tronco central comenzó a deslizarse los pocos metros que le quedaban antes de llegar al suelo, con un solo brazo por supuesto.


Tras reubicarse el hombro y sollozar durante unos segundos, pensó que quizás sería mejor no utilizar el brazo hasta que estuviera bien. Se levantó y echó un vistazo al grandísimo edificio, parecido a un monasterio, que se erguía lejos de donde estaba. No sabía en qué parte de Ravnica se encontraba pero no quiso quedarse durante mucho tiempo en aquel bosque, así que se dirigió al palacio.

Mientras caminaba, pudo sentir el peso agudo de unos ojos que le observaban desde detrás de la espesura. Ya percibió que aquél lugar no era seguro pero hasta entonces no había sentido la presencia de aquello que, detrás de él, quería asegurarse de que Yuuga salía de su territorio cuanto antes.