miércoles, 4 de febrero de 2009

Yuuga

A la hora de la cena, Yuuga bajó a uno de los tres grandes salones del monasterio donde los monjes solían cenar al lado del fuego, en una mesa muy larga. Yuuga esperaba como cada noche un gran plato de sopa de verduras, pan en abundancia y una pequeña tajada de carne de cualquier animal de granja que el cocinero hubiese decidido condenar al deleite de los paladares. Era una comida somera, pero a Yuuga no le importaba. Le parecía mejor que atiborrarse cuando tocaba cazar para luego pasar unos días de pelea con su estómago hasta el siguiente día de caza.

 


Sin embargo, todo parecía distinto esa noche. Había más botellas de vino de la cuenta encima de la mesa y, tras fijarse en los platos, se dio cuenta de que había en ellos algo nuevo y tenía mejor pinta que la triste sopa. Yuuga supuso, ipso facto, que la razón de aquel cambio era “la llegada del gran guerrero Lüar, el papanatas de quien nunca nadie ha hablado antes pero se estima demasiado como para armar tanto escándalo”. En efecto, Yuuga no hacía más que oír frases como “¡Cuéntanos, Lüar! ¿Cómo fue todo?” o “¡Lüar, nos tenías a todos preocupados!” que hacían eco una y otra vez dentro de sus oídos. Sin embargo, era tal el revuelo que se había armado en uno de los extremos de la larga mesa que Yuuga no conseguía ni si quiera distinguir al protagonista. Refunfuñando, Yuuga decidió no esperar a que nadie se sentara a su lado, cogió un plato, se sirvió y comenzó a comer alejado de la gran masa de “preguntas apasionantes acerca de las hazañas de un mentecato”.

 

Tras terminar de comer, recogió y salió al patio central. Había un gran jardín que lo abarcaba todo, con algunas parcelas para flores muy bien cuidadas y otras para el huerto que Zlorsh le hacía cuidar todas las noches. Zlorsh decía que eran plantas muy delicadas e importantes para sus estudios y que Yuuga debía tener mucho cuidado con ellas, manteniéndolas siempre limpias, frescas y alimentadas. Yuuga abrió la pequeña puerta del huerto por la que apenas cabía, regó las plantas tal y como Zlorsh le había enseñado: Primero dejaba caer gotas en las pequeñas hojitas desde sus manos y luego regaba el suelo con vasos de medida, ya que unas partes del huerto debían estar más húmedas que otras. Comprobaba que no hubiese ninguna planta enferma ni seca, limpiaba la tierra y, por último, sacaba un pequeño recipiente de barro y cambiaba el aceite de una lámpara de aceite de caña que Zlorsh había preparado para dar más luz a algunas de ellas. Era una lámpara pequeñita y daba una luz que, aunque muy brillante, no se extendía sino por un par de palmos, “uno de los inventos extraños de Zlorsh”.


Tras salir del huerto, Yuuga se acercó a la puerta donde hacía poco que todo el mundo había salido a recibir a Lüar. Uno de los gigantes la guardaba. Yuuga se colocó justo delante de él, frente a él y casi se rompió el cuello al intentar mirar a lo alto, a su rostro, el cual no consiguió ver en la oscuridad. Lo único que vio fue un fulgor dorado que salía de sus ojos, no era ni si quiera algo parecido a una luz, sino más bien como un reflejo extraño que dejó a Yuuga pensando si una osadía tal como la que estaba haciendo allí parado en frente del gigante le costaría la vida o, puede que el sueño. Terminó de pasear por el jardín y subió al laboratorio. Todo el mundo estaba en los salones, por lo que aquella parte del monasterio permanecía en absoluto silencio. Yuuga llegó al laboratorio y se dispuso a comprobar que todo estaba en orden. A la mañana siguiente tendría que ir a por más leña de roble, agua y a por hojas de Ghazi, para lo cual tenía que viajar a una parte muy lejana del bosque. Tardaría un día entero, así que dejaría la leña para otro día y si Zlorsh se quejaba, le contestaría que fuera él a cortarla.

 

Se fue a la cama, pero no podía dormir. No sabía por qué pero lo presintió desde temprano en esa misma tarde. Se movía de un lado para otro del catre sin conciliar el sueño.

 

― Hace frío, mucho frío. ¡Buf! Creo que se acerca el momento de irme…

 

Poco a poco, su mente se fue desvaneciendo y los sonidos del fuego se convirtieron en palabras que le hablaban en sueños:

 

“Lüar… Lüar… Lüar…”


martes, 3 de febrero de 2009

LXIV: Del espectro volador...

Cuaderno de bitácora. Un amanecer soleado.

 

Mi timonel despertó en la mañana,

sorprendido por no encontrar su rabito

congelado, fuera de la manta.

 

Sus ojitos más pegados que de costumbre,

se levantó y se vio solo en la bodega.

Y no hacía frío.

Rápidamente, corrió hacia la cubierta

y un rayo de luz cegó su cuajamiento.

Cuando sus tiernos ojitos le dejaron de doler,

los abrió y vio que en el mástil más bajo de proa,

con aire majestuoso,

su capitán al horizonte daba la cara

y al viento se le ponía valiente,

y que un loro de colores vivos,

con una mancha preciosa

en el plumaje de sus alas,

planeaba grácilmente

a su lado

mientras el Amor Total

nos llevaba rumbo a nuestro destino.

 

Me di cuenta de su sorpresa.

Subió hasta donde yo estaba,

pero no le dejé decir ni una palabra.

De mi garganta brotó una carcajada

y un grito de alegría hacia los rayos de Sol

que coloreaban

de amarillo

mi tez rosada

y mi claro cogote pelón:

 

- ¡Timonel! ¡Mira a tu espalda y dime que no es bella!

 

Mi timonel giró la cabeza y la vio.

El espíritu del mar había cobrado vida

al salir de su prisión de hielo,

y ahora guiñaba

el ojo

a mi compañero.

 

- Pero, ¡capitán…!

 

- “Surgió entre las brunas

tinieblas… 

espectro de MiLoro volador 

con el Amor Total entre pico y

alas.      

 

MiTimonel… 

Es MiLoro 

Con un corazón 

Tatuado en sus alas.

       

Surgió entre las tinieblas

brunas… 

curando al voladero dolor 

que solo el Amor Total…

subsana.

--- Picobufi

http://nuestrodioselhombre.blogspot.com 


Noté como mi timonel,

aun con gesto reservado,

miró al loro, esta vez, agradecido.

Y calló

y dio la vuelta

y se sentó

a sonreír la sonrisa del espíritu del mar,

o quizás

era una muestra de agradecimiento,

quizás eso fue, muestra de esperanza,

de intenso despertar.

 

El espíritu del mar

que esa mañana estaba con nosotros,

cómplice de nuestra búsqueda,

ayuda fundamental

de nuestra empresa.

Miraba a los ojos húmedos y joviales

y a los bigotes salinos de mi timonel,

mientras soplaba las mareas

que nos llevaban lejos de los mares fríos,

hacia la libertad…

hacia el Amor Total.