Yuuga, viendo lo tarde que se le había hecho, decidió pasar parte de la noche en un refugio que se había ido construyendo en una grieta del gran árbol durante las anteriores ocasiones en que Zlorsh le había mandado allí. Se conocía ligeramente la zona, así que oteó, exploró y, cerciorándose de que el posible peligro estaba bajo control, se adentró en la grieta del árbol con su caballo y se ocultó entre las sombras de la noche. Ni siquiera un murciélago podría verlo.
Pero no todo eran murciélagos.
Cuando se tumbó acurrucado cerca de su caballo, una melena blanca dejó de volar al viento y se detuvo cerca de allí.
Y Yuuga cerró los ojos,
y un puñal brilló con luz azul oscuro en la noche.
Y Yuuga recordó el fuego del monasterio,
y una mano gris acarició la rugosa piel de Ghazi.
Y Yuuga volvió a escuchar entre susurros “Lüar, Lüar, Lüar”.
Alguien le observaba...