viernes, 2 de agosto de 2013

EIRA NI SIRIDEAIN


Dame la mano... vamos a jugar a un juego...

¿Ya no te acuerdas, Eyra? Lo que llegamos a ser tú y yo... hace tiempo. Con nuestras manos cogidas, en el púlpito de los cielos mirando abajo los atardeceres pardos y rosados mientras el Sol nos acariciaba con frescura las sonrisas cómplices de nuestra juventud, los primeros pétalos de las flores del ruiseñor.

¿Acaso no te acuerdas de la díscola pareja de alondras blancas que marcaba el cielo con un destello y un rastro de nieve de azúcar en el aire?

Acaso... acuérdate de la brisa de ojos azules como el cielo que nos miraba allí en lo alto, acuérdate de su padre el viento que nos hacía tambalear en el filo de la torre de cristal. Acuérdate de los mares perdidos de la sal de nuestras lágrimas, del sabor de los aromas de frutas que desde abajo subía por entre los pequeños huertos de peras rojas.

Dame la mano... vamos a jugar a un juego...

¿No te acuerdas de mí? ¿No te alegras de verme? También mis labios desfilan rozando cada una de las pecas de tu cuerpo y he de agarrarte fuertemente para no sentir que nos podemos caer, acariciando tu cuello como barcas que en el mar de fuego buscan su camino hasta llegar a la puerta de los caprichos. Sígueme, ¿quieres que te siga? Sígueme al interior de tus propios ojos, donde cantan las libélulas de fuego azul, donde bailan los selkis con sus aletas a las nubes, del otro lado del espejo, del otro lado del lago de invierno.

¿No te acuerdas de mí? Después de haber corrido por entre montañas y praderas, después de haber cortado las carnes de la tierra con nuestros ojos, después de dar mil nombres a las cosas que había dentro de tu corazón y de chupar del néctar de las azucaradas flores gigantes. Dime, ¿te acuerdas?

Aquí no hay reglas Eira... se inventan si lo inventamos así. Dame la mano y sígueme si quieres que te siga. Fúndete en mi propia piel como solías hacer, toca con tus yemas las yemas del destino y abre la puerta a la muerte que hoy también es nuestra compañera. Deja que campe a sus anchas el niño de las carcajadas y que tiña el aire con sus rojos gritos, deja que las mujeres serpiente peinen sus luengos cabellos a las orillas del lago sin orilla, deja que explote en el mar de los dolores la campana del final de la tarde con su estruendo ensordecedor. Corre conmigo, Eira, corre.

¡Corre!

¡Esto es real!

Y al coger el penacho de pelo rojo, alguien tiró del otro lado del espejo...


Desde detrás del penacho una mano tiró de Eira y el agua la absorvió como si fuera parte de ella. Ella. Y ella, se dio cuenta, era la que tiró desde el otro lado. O no lo era del todo. Era ella pero no Eira.

- ¡Graaaark! - Unas manos negras como el tizón chocaron contra el cristal del espejo una vez que Eira fue usurpada desde el otro lado. Un gruñido de depredador con su presa fuera de su alcance.

Sígueme... sígueme Eira... ¡Corre, corre, corre!

Las dos nadando hacia el mismo abismo del fondo del mar, cogidas de la mano como aquella vez también lo era. Con el amor de su lado en la batalla contra el tiempo. Cogidas de la mano, jugando a un juego sin reglas, creando las reglas del juego con cada paso que de la vida querían que fuera, con el deseo de la felicidad por norma y lo imposible por gran exiliado del cuento de hadas.

Y es posible, Eira, sólo corre conmigo. Dame la mano y juguemos a un juego.

Y mientras nadas, sabes, no entiendes cómo, que has estado perdida mucho tiempo. Perdiste la demencia buscando algo. Quizás la protección de la carne a los vientos del huracán de la vejez. Quizás el amor del artesano de las palabras. O quizás buscabas el ingrediente secreto de las promesas cumplidas o quizás un ramillete de olvido atado a tu cuello. ¿Qué buscabas, Eira, para irte y no volver?

Pero puedes volver, ahora que se ha abierto una grieta en el cascarón vacío de tu raciocinio, ahora que la demencia se ha cansado de ser una buena chica y da besos a los chicos sin pedírselo.

Es hora de levantarse y quitarse los miedos de encima, y despojarse de la pesada carga del sentido común.

En la realidad se abre una puerta y estás a punto de cruzarla cogida de la mano de ti misma. El espejo que hay delante de ti no tiene reflejo, el mar en que nadas no tiene fondo, el deseo de tus sueños no tiene límite, estas alas de tu espalda no tienen fin...

Y a una velocidad ridícula rompéis el cristal del espejo.


Y rompéis el siguiente, y seguís rompiendo más mientras a vuestro paso los mundos colapsan y cantan en tu corazón las voces de la autoconsciencia

Seguís cayendo al fondo del mar a una gran velocidad, las dos cogidas de la mano.

Juguemos a un juego.

Y volando por el etéreo infinito, la realidad se hace carne y caéis a una bañera muy parecida a la de tu cuarto. Y el golpe te abofetea la cara con su fría mano y salpica las paredes de agua.

Te levantas toda empapada.


Y alguien te está esperando en el mismo cuarto de baño...

alguien que se hace llamar Eira...

... y te sonríe cuando le sonríes

al otro lado del espejo.