martes, 12 de enero de 2010

Yuuga

Yuuga permanecía ajeno a todo aquello, preocupado porque su caballo galopaba de forma más y más cansada a medida que se adentraban en el bosque. Quería llegar pronto a casa y su montura no estaba ayudando.

Cerca del mediodía, el camino empezó a dibujarse cada vez más débil y la espesura del bosque, poco a poco, le iba ganando terreno al descampado hasta que por fin consiguió llegar a una parte del bosque en la que el legendario árbol Ghazi dejaba mostrar sus flores, muy apreciadas por Zlorsh para realizar sus experimentos. Según él, estas flores, “exánimes, carentes de clorofila y, por tanto, de color, son extremadamente exclusivas y, en consecuencia, acuciantes y de exigida necesidad para crear el ingrediente perentorio que dará vida a una nueva forma de ver la alquimia, mi gran creación”. Yuuga odiaba que Zlorsh le hablara en críptico.


Ghazi era un gran árbol, un árbol inmenso, o por así decirlo, una gran masa vegetal cuyas raíces se creía que llegaban hasta el mismo fondo de la realidad y que se extendían por un espacio mayor del que Yuuga hubiera visto jamás. A parte de la descomunal Vitu-Ghazi, la ciudad árbol en el mismo centro del continente, el árbol sacaba varias de sus ramas fuera de la tierra para formar vastos bosques con ellas. De hecho, era una de esas pequeñas ramas que pasaba por el centro justo del monasterio en el que Yuuga conoció a Miranda y a Zlorsh y que proporcionaba a los monjes gran cantidad de alimento y medicinas naturales. La parte en la que Yuuga se encontraba estaba cerca de un acantilado, por lo que a Yuuga le encantó salir de la monotonía verde del bosque, respirar un poco de aire no viciado por el polen y disfrutar de los rayos del sol, mientras se deleitaba con un inmenso paisaje en el que todo era verde bajo sus pies y en el que pudo distinguir la presencia de nuevos poblados a lo lejos.


La luz comenzaba a ser anaranjada y Yuuga cortó la última de las flores de Ghazi que necesitaba para Zlorsh. Las lió en largos y gruesos tubos con una cuerda y las amontonó en la grupa de su caballo hasta que tuvo suficientes. Ahora tocaba descansar. Se sentó y comenzó a tirar piedrecitas. Con cada piedra, Yuuga pensaba en el tiempo que había pasado junto a Miranda y Zlorsh, junto a todas las personas que había conocido. Había sido un lapso que había durado demasiado para lo que Yuuga estaba acostumbrado. Quizás nunca más los volvería a ver, pero le daba igual. Necesitaba volver a su vida anterior y seguro que alguien estaría dispuesto a pagar por sus músculos. Todo volvería a ser como antes y sentía sus fuerzas renacer con el solo pensamiento de volver a las batallas. Tenía una extraña sensación, como si tuviera que irse dejando algo atrás por hacer.


Miranda en ese momento salió de su escritorio, cansada por el gran trabajo cartográfico que estaba realizando y se asomó afuera para ver el atardecer, el mismo atardecer que, lejos de allí, Yuuga sentía a su espalda mientras el sudor le corría por la cara. Miranda soñaba con conseguir la mayor parte de las pocas cosas que se había propuesto a lo largo de su vida. Con esfuerzo y arrojo, siempre las había conseguido muy poco a poco, muy lentamente, paso a paso. A ella le aportaba felicidad pensar que sus logros eran pocos, pero grandes, sus amigos escasos, pero se sentía feliz de que fueran ellos. Yuuga, por otra parte, sólo tenía un objetivo que conseguir, uno que, a veces fácil y otras difícil, había guiado su rumbo de una forma quizás un tanto aleatoria, caótica: Sobrevivir. Y tal ambición muchas veces lo había puesto a disposición del dolor y la muerte, pero Yuuga, que necesitaba de dicha lucha para sentirse vivo, siempre buscaba la forma de encontrarse feliz de haber salido con vida, fuera cual fuere la situación. Ese era su objetivo, su destino: La vida por la vida, vivir para sentirse vivo. No tenía ningún proyecto ni aspiraciones sociales, ni estaba interesado especialmente en la aventura ni en encontrar algo material a lo que aferrarse al mundo. Para él, sólo existía la sensación de haber escapado un día más de la mala suerte de quien pierde por tener y de quien desespera por ilusionarse.

3 comentarios:

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola:

Tienes un blog muy interesante, prosa y verso a la vez, tendré que empaparme de la historia para disfrutarla completa; por lo pronto me parece muy interesante y bien narrada.

Saludos.

P.D. Si deseas publicar mi poema, bien puedes hacerlo, honor que me haces.

Celina Bigdance dijo...

Ay esto cada vez se pone mejor...

yo quiero crear cosas así!

Me encanta estar aquí, lo sabes.

Un beso grande =)

Swan dijo...

Hola querido Never, heme aquí de nuevo por tu página! Disculpa mi ausencia.

Estoy al día ya con Yuuga...
Me encanta como describes los sucesos y como haces que logre imaginármelos tan bien porque así viajo con él a su destino.

Saludos!