Llegó a los jardines del exterior del palacio y comenzó a ver gente entrar y salir de él, algunos en carrozas tiradas por bueyes o carretillas llenas de bienes de comercio. Le pareció que el lugar estaba mucho más ajetreado de lo que desde lejos aparentaba. Había un patio interior justo al atravesar el portón de la entrada y la mirada de los gigantes que la guardaban. De todas las partes de la ciudad, la gente había llegado para vender enseres y vituallas a los monjes que vivían dentro de palacio, que iban de aquí para allá charlando con los vendedores y comprando fruta, ropa, pergaminos y otras cosas.
Yuuga pidió ayuda para su hombro a uno de los monjes, el cual lo llevó a través de varias habitaciones hasta que llegaron a una sala con una gran escalera de espiral. El monje presionó con su dedo el hombro de Yuuga y señaló a lo alto de la escalera. Yuuga subió y encontró una puerta al final, tocó y entró.
- ¡Entra, entra! -se escuchó desde detrás de la puerta. Yuuga empujó la pesada puerta de madera y hierro oxidado. Al otro lado, unos ojos negros se clavaron en él desde el polvo de n escritorio lleno de planos y cartografías. Le miraron durante una fracción de segundo y luego volvieron a sus quehaceres topográficos.
- ¡Oh, un extranjero! -exclamó una vocecilla chillona y rasgada desde el otro lado de la sala detrás de una especie de laboratorio lleno de matraces, tubos de ensayo y líquidos varios.
- Dígame, si se puede saber, ¿qué motivos le han llevado a situarse a estas alturas del edificio? Siendo un foráneo, dudaría que ha tenido la sagacidad pertinente como para atravesar el mosaico de intrincados pasillos y llegar de primera mano a esta cámara sin ayuda de nadie.
Yuuga se quedó pensando unos segundos, intentando descifrar las palabras que el viejo le había incrustado a propósito en su vulnerabilidad frente a la elocuencia desmesurada. Al ver que Yuuga seguía estancado en la verborrea, la cartógrafa, aún con los ojos en los planos y sin hacer mucho caso de lo que ocurría, le preguntó:
- Perdona, forastero, ¿qué buscas exactamente?
- Verá, me caí y no me gusta como ha quedado mi hombro. Pedí ayuda y me dijeron que subiera hasta aquí.
- Espero no importunarle con el tono utilizado, pero mi tiempo es valioso como el éter. No estoy dispuesto a esmerarme con oficios que no son de mi incumbencia ni agrado, de forma altruista ni para nadie que no es capaz de conectar las formas verbales más básicas con morfemas que distan muy poco de estar dirigidos a personas con capacidades mentales sosegadas.
- ¡Vamos! Te costaría bastante poco echarle una mano.
- Reitero mi directa negativa. Escasea mi predisposición a tratar con mentes tan austeras.
- En fin -la cartógrafa se acercó a Yuuga y le cogió del brazo bueno-, ven por aquí, forastero.
El viejo se quedó mirando con el ceño fruncido y mordiéndose el labio superior mientras los dos se iban a una puerta lateral. Yuuga, antes de dejar la sala, preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- ¿Tanto te interesa? -contestó la chica mirando de reojo y media sonrisa hacia un Yuuga que asentía-... Miranda.