¿Ya no te acuerdas, Eyra? Lo que llegamos a ser tú y
yo... hace tiempo. Con nuestras manos cogidas, en el púlpito de los cielos
mirando abajo los atardeceres pardos y rosados mientras el Sol nos acariciaba
con frescura las sonrisas cómplices de nuestra juventud, los primeros pétalos
de las flores del ruiseñor.
¿Acaso no te acuerdas de la díscola pareja de alondras
blancas que marcaba el cielo con un destello y un rastro de nieve de azúcar en
el aire?
Acaso... acuérdate de la brisa de ojos azules como el
cielo que nos miraba allí en lo alto, acuérdate de su padre el viento que nos
hacía tambalear en el filo de la torre de cristal. Acuérdate de los mares
perdidos de la sal de nuestras lágrimas, del sabor de los aromas de frutas que
desde abajo subía por entre los pequeños huertos de peras rojas.
Dame la mano... vamos a jugar a un
juego...
¿No te acuerdas de mí? ¿No te alegras de verme? También mis labios desfilan rozando cada una de las pecas de tu cuerpo y he de agarrarte fuertemente para no sentir que nos podemos caer, acariciando tu cuello como barcas que en el mar de fuego buscan su camino
hasta llegar a la puerta de los caprichos. Sígueme, ¿quieres que te siga?
Sígueme al interior de tus propios ojos, donde cantan las libélulas de fuego
azul, donde bailan los selkis con sus aletas a las nubes, del otro lado del
espejo, del otro lado del lago de invierno.
¿No te acuerdas de mí? Después de haber corrido por
entre montañas y praderas, después de haber cortado las carnes de la tierra con
nuestros ojos, después de dar mil nombres a las cosas que había dentro de tu
corazón y de chupar del néctar de las azucaradas flores gigantes. Dime, ¿te acuerdas?
Aquí no hay reglas Eira... se inventan si lo inventamos así. Dame la mano y sígueme si quieres que te siga. Fúndete en mi propia
piel como solías hacer, toca con tus yemas las yemas del destino y abre la
puerta a la muerte que hoy también es nuestra compañera. Deja que campe a sus
anchas el niño de las carcajadas y que tiña el aire con sus rojos gritos, deja
que las mujeres serpiente peinen sus luengos cabellos a las orillas del lago
sin orilla, deja que explote en el mar de los dolores la campana del final de
la tarde con su estruendo ensordecedor. Corre conmigo, Eira, corre.
¡Corre!
¡Esto es real!
Y al coger el penacho de pelo rojo, alguien tiró del
otro lado del espejo...
Desde detrás del penacho una mano tiró de Eira y el
agua la absorvió como si fuera parte de ella. Ella. Y ella, se dio cuenta, era
la que tiró desde el otro lado. O no lo era del todo. Era ella pero no Eira.
- ¡Graaaark! - Unas manos negras como el tizón
chocaron contra el cristal del espejo una vez que Eira fue usurpada desde el
otro lado. Un gruñido de depredador con su presa fuera de su alcance.
Sígueme... sígueme Eira... ¡Corre, corre, corre!
Las dos nadando hacia el mismo abismo del fondo del
mar, cogidas de la mano como aquella vez también lo era. Con el amor de su lado
en la batalla contra el tiempo. Cogidas de la mano, jugando a un juego sin
reglas, creando las reglas del juego con cada paso que de la vida querían que
fuera, con el deseo de la felicidad por norma y lo imposible por gran exiliado
del cuento de hadas.
Y es posible, Eira, sólo corre conmigo. Dame la mano y
juguemos a un juego.
Y mientras nadas, sabes, no entiendes cómo, que has
estado perdida mucho tiempo.Perdiste la demencia buscando algo. Quizás la
protección de la carne a los vientos del huracán de la vejez. Quizás el amor
del artesano de las palabras. O quizás buscabas el ingrediente secreto de las
promesas cumplidas o quizás un ramillete de olvido atado a tu cuello. ¿Qué
buscabas, Eira, para irte y no volver?
Pero puedes volver, ahora que se ha abierto una grieta
en el cascarón vacío de tu raciocinio, ahora que la demencia se ha cansado de
ser una buena chica y da besos a los chicos sin pedírselo.
Es hora de levantarse y quitarse los miedos de encima,
y despojarse de la pesada carga del sentido común.
En la realidad se abre una puerta y estás a punto de
cruzarla cogida de la mano de ti misma. El espejo que hay delante de ti no
tiene reflejo, el mar en que nadas no tiene fondo, el deseo de tus sueños no
tiene límite, estas alas de tu espalda no tienen fin...
Y a una velocidad ridícula rompéis el cristal del
espejo.
Y rompéis el siguiente, y seguís rompiendo más
mientras a vuestro paso los mundos colapsan y cantan en tu corazón las voces de
la autoconsciencia
Seguís cayendo al fondo del mar a una gran velocidad,
las dos cogidas de la mano.
Juguemos a un juego.
Y volando por el etéreo infinito, la realidad se hace
carne y caéis a una bañera muy parecida a la de tu cuarto. Y el golpe te
abofetea la cara con su fría mano y salpica las paredes de agua.
Te levantas toda empapada.
Y alguien te está esperando en el mismo cuarto de
baño...
“¡No, no, NO!” Yuuga, se despertó sobresaltado cuando percibió que su caballo había dejado de respirar. Estaba a unos escasos dos pasos de él y Yuuga se acercó para cerciorarse de que su corazón no latía mientras pensaba que “quién en el mundo era capaz de moverse tan sigilosamente como para no ser descubierto por el fino estado de vigilancia que Yuuga siempre tenía mientras dormía”. Al despegar su oído del caballo, notó la humedad en la parte derecha de su cara y comprendió no sólo que alguien o algo había arrancado el corazón del corcel mientras dormía, sino que lo había hecho sin que Yuuga se despertase y sin que el caballo emitiera ni un minúsculo ruido.
Yuuga, rápidamente cogió las hojas de Ghazi, se las cargó en la espalda y salió de allí corriendo. No fue hasta que se calmó un poco que le dio por pensar en por qué demonios seguía él vivo, en la humillación de sentirse afortunado por no haber sido asesinado mientras dormía.
Todavía faltaba mucho para el amanecer, pero, sin caballo, a Yuuga le costaría mucho más el camino de vuelta que el de ida, sobre todo, cuando empezó a reconocer un olor extraño y familiar en el ambiente.
“¡Agh!” pensó Yuuga “¡Sea lo que fuere lo que ha hecho esto me ha rociado con sangre de oso!”. Yuuga sabía que, si cruzar por medio del bosque era su único camino a casa, pronto estaría siendo la presa de más de un tipo de depredador, especialmente serpientes de gran tamaño.
Quien fuere que le estuviera haciendo esto, no sólo se estaba procurando una inmensa risotada a su costa, sino que también era listo como para asegurársela durante tanto tiempo como Yuuga pudiera ser capaz de sobrevivir en aquel bosque. Yuuga estaba en jaque, poniendo a prueba su capacidad de supervivencia. ¿Qué precio tendría que pagar por jugar a este juego?
El sol apareció por el horizonte cuando una nariz verde y rugosa reconoció un extraño olor a presa medio muerta. Una figura verde abrió sus ojos que, de repente, se tornaron de un azul intenso y luminoso.
Su mascota reptante encontró la primera presa de su desayuno.