martes, 28 de junio de 2011

Yuuga

“¡No, no, NO!” Yuuga, se despertó sobresaltado cuando percibió que su caballo había dejado de respirar. Estaba a unos escasos dos pasos de él y Yuuga se acercó para cerciorarse de que su corazón no latía mientras pensaba que “quién en el mundo era capaz de moverse tan sigilosamente como para no ser descubierto por el fino estado de vigilancia que Yuuga siempre tenía mientras dormía”. Al despegar su oído del caballo, notó la humedad en la parte derecha de su cara y comprendió no sólo que alguien o algo había arrancado el corazón del corcel mientras dormía, sino que lo había hecho sin que Yuuga se despertase y sin que el caballo emitiera ni un minúsculo ruido.

Yuuga, rápidamente cogió las hojas de Ghazi, se las cargó en la espalda y salió de allí corriendo. No fue hasta que se calmó un poco que le dio por pensar en por qué demonios seguía él vivo, en la humillación de sentirse afortunado por no haber sido asesinado mientras dormía.

Todavía faltaba mucho para el amanecer, pero, sin caballo, a Yuuga le costaría mucho más el camino de vuelta que el de ida, sobre todo, cuando empezó a reconocer un olor extraño y familiar en el ambiente.

“¡Agh!” pensó Yuuga “¡Sea lo que fuere lo que ha hecho esto me ha rociado con sangre de oso!”. Yuuga sabía que, si cruzar por medio del bosque era su único camino a casa, pronto estaría siendo la presa de más de un tipo de depredador, especialmente serpientes de gran tamaño.

Quien fuere que le estuviera haciendo esto, no sólo se estaba procurando una inmensa risotada a su costa, sino que también era listo como para asegurársela durante tanto tiempo como Yuuga pudiera ser capaz de sobrevivir en aquel bosque. Yuuga estaba en jaque, poniendo a prueba su capacidad de supervivencia. ¿Qué precio tendría que pagar por jugar a este juego?

El sol apareció por el horizonte cuando una nariz verde y rugosa reconoció un extraño olor a presa medio muerta. Una figura verde abrió sus ojos que, de repente, se tornaron de un azul intenso y luminoso.

Su mascota reptante encontró la primera presa de su desayuno.