lunes, 18 de enero de 2010

Yuuga (momento crítico)

Yuuga, viendo lo tarde que se le había hecho, decidió pasar parte de la noche en un refugio que se había ido construyendo en una grieta del gran árbol durante las anteriores ocasiones en que Zlorsh le había mandado allí. Se conocía ligeramente la zona, así que oteó, exploró y, cerciorándose de que el posible peligro estaba bajo control, se adentró en la grieta del árbol con su caballo y se ocultó entre las sombras de la noche. Ni siquiera un murciélago podría verlo.

Pero no todo eran murciélagos.

Cuando se tumbó acurrucado cerca de su caballo, una melena blanca dejó de volar al viento y se detuvo cerca de allí.

Y Yuuga cerró los ojos,

y un puñal brilló con luz azul oscuro en la noche.

Y Yuuga recordó el fuego del monasterio,

y una mano gris acarició la rugosa piel de Ghazi.

Y Yuuga volvió a escuchar entre susurros “Lüar, Lüar, Lüar”.

Alguien le observaba...

Yuuga se durmió…

Y, mirándole, unos ojos rojos se rieron a carcajadas, en la noche.

jueves, 14 de enero de 2010

Raúl (continuación)

Raúl no paraba de dar vueltas en su cuarto, tantas vueltas como vueltas le daba la cabeza sin terminar de creerse lo que había sucedido cerca de la parada de autobús.

“¡Qué carajo ha sido eso! Me refiero… ¡joder, estaba allí! Me tropecé con ella, me habló, me dijo “¿Te encuentras bien?” y con media sonrisa en la cara, ¡cruzó la esquina para desaparecer! O sea, Raúl, ¿qué coño te está pasando? Normalmente son sólo cosas que ves, ¿qué digo, que ves? Sólo son cosas que te imaginas, ¡y hoy te has chocado con ellas! O diría mejor, con ella. ¿Es que ella es real? ¿Esos ojos directos a mí… a mis propios secretos? Ese pelo rojo como unos labios rojos sangrando roja sangre. Ha tenido que ser real. ¡Esa chica ha tenido que ser la puta realidad!”.

“¿Quién es? Quiero saber quién es. Quiero saber porque día a día, nadie tiene ni puñetera idea de cómo soy ni de lo que pienso y esa chica me miraba como si escuchara dentro de mi puta cabeza”.

“¿Quién es la pelirroja?”.

Sin embargo, lo que Raúl ni siquiera se cuestionó, fue que también había visto al policía y a la mujer que perdió su amor. Ellos, sin embargo, simplemente se desvanecieron en su mente, los olvidó. Como si un ladrón de rojos cabellos y pelliza negra le hubiera robado la imaginación.

Muy a lo lejos, en la ciudad… en la cabeza misma de Raúl, unos tambores resonaron con grandeza mientras uno de sus sueños… quedaba prisionero de un vacío que comenzaba poco a poco a crecer.

martes, 12 de enero de 2010

Yuuga

Yuuga permanecía ajeno a todo aquello, preocupado porque su caballo galopaba de forma más y más cansada a medida que se adentraban en el bosque. Quería llegar pronto a casa y su montura no estaba ayudando.

Cerca del mediodía, el camino empezó a dibujarse cada vez más débil y la espesura del bosque, poco a poco, le iba ganando terreno al descampado hasta que por fin consiguió llegar a una parte del bosque en la que el legendario árbol Ghazi dejaba mostrar sus flores, muy apreciadas por Zlorsh para realizar sus experimentos. Según él, estas flores, “exánimes, carentes de clorofila y, por tanto, de color, son extremadamente exclusivas y, en consecuencia, acuciantes y de exigida necesidad para crear el ingrediente perentorio que dará vida a una nueva forma de ver la alquimia, mi gran creación”. Yuuga odiaba que Zlorsh le hablara en críptico.


Ghazi era un gran árbol, un árbol inmenso, o por así decirlo, una gran masa vegetal cuyas raíces se creía que llegaban hasta el mismo fondo de la realidad y que se extendían por un espacio mayor del que Yuuga hubiera visto jamás. A parte de la descomunal Vitu-Ghazi, la ciudad árbol en el mismo centro del continente, el árbol sacaba varias de sus ramas fuera de la tierra para formar vastos bosques con ellas. De hecho, era una de esas pequeñas ramas que pasaba por el centro justo del monasterio en el que Yuuga conoció a Miranda y a Zlorsh y que proporcionaba a los monjes gran cantidad de alimento y medicinas naturales. La parte en la que Yuuga se encontraba estaba cerca de un acantilado, por lo que a Yuuga le encantó salir de la monotonía verde del bosque, respirar un poco de aire no viciado por el polen y disfrutar de los rayos del sol, mientras se deleitaba con un inmenso paisaje en el que todo era verde bajo sus pies y en el que pudo distinguir la presencia de nuevos poblados a lo lejos.


La luz comenzaba a ser anaranjada y Yuuga cortó la última de las flores de Ghazi que necesitaba para Zlorsh. Las lió en largos y gruesos tubos con una cuerda y las amontonó en la grupa de su caballo hasta que tuvo suficientes. Ahora tocaba descansar. Se sentó y comenzó a tirar piedrecitas. Con cada piedra, Yuuga pensaba en el tiempo que había pasado junto a Miranda y Zlorsh, junto a todas las personas que había conocido. Había sido un lapso que había durado demasiado para lo que Yuuga estaba acostumbrado. Quizás nunca más los volvería a ver, pero le daba igual. Necesitaba volver a su vida anterior y seguro que alguien estaría dispuesto a pagar por sus músculos. Todo volvería a ser como antes y sentía sus fuerzas renacer con el solo pensamiento de volver a las batallas. Tenía una extraña sensación, como si tuviera que irse dejando algo atrás por hacer.


Miranda en ese momento salió de su escritorio, cansada por el gran trabajo cartográfico que estaba realizando y se asomó afuera para ver el atardecer, el mismo atardecer que, lejos de allí, Yuuga sentía a su espalda mientras el sudor le corría por la cara. Miranda soñaba con conseguir la mayor parte de las pocas cosas que se había propuesto a lo largo de su vida. Con esfuerzo y arrojo, siempre las había conseguido muy poco a poco, muy lentamente, paso a paso. A ella le aportaba felicidad pensar que sus logros eran pocos, pero grandes, sus amigos escasos, pero se sentía feliz de que fueran ellos. Yuuga, por otra parte, sólo tenía un objetivo que conseguir, uno que, a veces fácil y otras difícil, había guiado su rumbo de una forma quizás un tanto aleatoria, caótica: Sobrevivir. Y tal ambición muchas veces lo había puesto a disposición del dolor y la muerte, pero Yuuga, que necesitaba de dicha lucha para sentirse vivo, siempre buscaba la forma de encontrarse feliz de haber salido con vida, fuera cual fuere la situación. Ese era su objetivo, su destino: La vida por la vida, vivir para sentirse vivo. No tenía ningún proyecto ni aspiraciones sociales, ni estaba interesado especialmente en la aventura ni en encontrar algo material a lo que aferrarse al mundo. Para él, sólo existía la sensación de haber escapado un día más de la mala suerte de quien pierde por tener y de quien desespera por ilusionarse.

miércoles, 6 de enero de 2010

Animal

Quiero estrujar esa sonrisa tuya

y arrancar tu mirada pegada a ella,

cuando me miras posada en mis duros muslos

de fría piedra.


No hay otra cosa en mi mundo ni mi cabeza

que encadenarte a mí con cadenas de carne,

y todas esas risas que se me cuelan

cuando no miro mientras te veo.


Aúllo si me doy cuenta de que juegas conmigo

cuando creo poseerte

y controlar cada movimiento tuyo en este juego.


Tus uñas haciéndose un camino por mi espalda

son solo un aviso del vendaval

que sobre nuestra sincera desnudez se cierne.


Y me caza en el aire, atravesando mis alas de libertad,

tu lengua que se hinca en mi orgullo y corta

como un puñal,

una sonrisa de mi cara en frenesí.


Y es llegando al final…


cuando me inclino ante ti y te veo por encima de mí,

cuando gritas con tus movimientos circulares y te unes a mi propio cuerpo

que me siento un animal.