“Ricti, ricti, ricti…” La mecedora en la que la alcahueta se paseaba desde la apatía a la esperanza y vuelta atrás seguía el tempo del reloj de cuco en la pared “Tac, tac, tac…”. Su cabeza agachada continuaba esperando que se abriera la puerta y que una sonrisilla demasiado grande para su edad le contestara al enigma. Giró su cara hacia la ventana y permaneció así un buen rato, pero nada. Pasaba el tiempo y todo era tan lento, tan lento… tan lento.
“¡Dong, dong, dong…!” El reloj sonaba y, en la cabeza de la alcahueta, su eco retumbaba. De repente, todo se hizo oscuro fuera, en el mismo punto donde ella miraba. Cambió de foco visual y todo parecía normal, como vuelto del revés el mundo se le mostraba. O eso creía. Miró a las pesas del reloj, algo vibró en sus ojos que, cansados, volvieron a agacharse con su cabeza sobre la barbilla arrugada.
“¡Dong, dong, dong…!” “¿Otra vez? El tiempo, ¿se ha vuelto loco por ir demasiado deprisa o por volver sobre sus pasos?” pensó la alcahueta y volvió a mirar a las pesas del reloj.
Encontró a una pequeña ranita azul que se agarraba sonriente a las raíces del tiempo.
"La mentira"
Detrás, a mi espalda, él siempre está cuando me siento perseguido. Huyo y sólo en algunos momentos de soledad sé que no está detrás de mí. Ya soy una rana muy vieja, he vivido muchísimo. Hubo una vez en que los seres humanos encontraron el remedio contra la muerte. Sin embargo, la desconfianza hizo que los descubridores se mataran entre sí, uno tras otro. Ironía, ¿verdad, alcahueta? Nada de ironía, allí estaba él presente para sembrar la desconfianza y la ambición entre ellos. Es curioso como cada cosa que dice no existe y, aún así, aprendemos de él como si fuera el maestro más sabio que tenemos. Está presente en todos los aspectos de la realidad y, curiosamente, cada parte de la realidad que nos cuenta no es sino una deformidad de lo que existe, un agujero oscuro. Muchos lo utilizan para ser felices, le dan todos sus errores y faltas, todas esas cosas de las que se avergüenzan para que él las guarde, para que las esconda a sus ojos y a los de los demás. Sin embargo, que estén escondidos no quiere decir que no estén ahí y tarde o temprano les quita esa sábana que los cubre para que vuelvan a sus dueños. Es tan odiado por todos y, aún así, tan utilizado para conseguir la felicidad que parece impresionante que aquellos que la consiguen gracias a él lo repudien como pago por sus servicios. Es un aspecto de la realidad, la única verdad en todo lo que existe, es la respuesta, la respuesta errónea a nuestras decisiones y la más fácil de escoger, es el camino corto, es la tentación en cada decisión, la duda en cada oración, la herramienta del control.
“¡Dong, dong, dong…!” El sonido vibró en los ojos de la alcahueta que nuevamente volvió a cambiar su foco visual hacia la hora. La rana se había desvanecido en el acto.
La alcahueta miró nuevamente a la ventana. Fuera, la mañana maduraba y se hacía mujer. Faltaba poco para el mediodía. Pensó en la niña sabiondilla porque no sabía, pero intuía… intuía.
Agachó la cabeza y una lágrima se resbaló de su mejilla, y un suspiro se escapó de entre sus labios arrugados. “¡Dong, dong, dong…!” El tiempo pasaba rápido y la alcahueta se hacía más y más vieja con él. Cerró los ojos y abrió su enigma…
“¿Dónde está la niña sabiondilla?”